A mí, el tomate frito me gusta muy dulce, por eso le pongo tres cucharadas soperas de azúcar por medio kilo de tomate.

Pues no sé si puta España, pero puto Madrid, desde luego

08/09/2006

Don Güevos, uno de mis más simpáticos y fieles lectores, apunta desde la derecha, con evidente carga irónica, que ya estoy tardando en escribir unas palabras sobre el asuntillo este de Pepe Rubianes, Gallardón y la puta España. Pues las escribo con mucho gusto, Don Güevos, porque el cliente manda. Ya le enviaré la factura a las colonias esas en las que usted vive.

No sé si ha sido Gallardón el que ha cedido a las presiones liberales o ha sido Pepe Rubianes el que, cediendo a las mismas presiones, ha decidido cancelar sus actuaciones. Importa poco, porque a fin de cuentas es lo mismo. Pero no es ese el tema que me interesa destacar, sino otro: la actitud que el liberalpinochetismo -liderado por Esperanza Aguirre y Federico Jiménez Losantos, que quiere votar dos veces a Aguirre y ninguna a Gallardón- ha mantenido en todo este asunto. Era ciertamente conmovedor escuchar los bramidos del radiopredicador acebista la otra mañana, advirtiendo a Cataluña -constituída al parecer en potencia extranjera y hostil acaudillada por el mismísimo Pepe Rubianes- que Madrid no es una dictadura, y que en consecuencia, no se iba a permitir que Rubianes actuase aquí. Pues puto Madrid.

Porque esto es que parece el mundo al revés, y don Federico debe ser el lobito bueno. Que digo yo que la dictadura es justo lo contrario. Cuando la hipocresía españolaza organizada y colocada a base de copeína inicia una campaña de presiones mafiosas para limitar la libertad de expresión y de pensamiento amenazando a empresarios, directores teatrales y autoridades políticas para sacar de la programación cultural del Ayuntamiento de Madrid aquello que no les gusta, eso se llama dictadura. Y quienes sostienen esa dictadura en Madrid son precisamente quienes acusan a Cataluña de ser una dictadura.

Y ello, al margen de que Rubianes tuviera razón o no la tuviera, al margen de que sus palabras fueran más o menos oportunas, o incluso de que pudiera haber expresado la misma idea de forma diferente. Lo cierto es que Rubianes tiene todo el derecho del mundo a decir lo que dijo, como los demás lo tienen a criticarlo o a mostrar su desacuerdo. Eso se llama libertad. Lo que han hecho los apóstoles del liberalpinochetismo, en cambio, es otra cosa, una cosa muy fea que y se llama censura. Algo que por cierto, ya habían hecho antes: recuerden «Me cago en Dios». Estaría bien un artículo del profesoral y pedante Jorge Valín sobre el tema. Así todos aprenderíamos mucho, mucho, mucho.

Y por cierto, Rubianes desde mi punto de vista, Rubianes tenía razón, en el fondo y en la forma. Y el que quiera (y pueda) entender, que entienda.