Estoy en el centro de mi mundo, y soy incapaz de ignorar tal cosa.

Sus héroes, nuestros héroes

17/10/2006

Como ustedes saben, acabo de visitar Polonia. Y les puedo asegurar una cosa: si algo hay presente en el país báltico es eso que se ha dado en llamar -quizás de forma un poco inexacta, imprudente o desafortunada- memoria histórica. Es difícil andar por Varsovia más de cinco o seis manzanas sin encontrar en una esquina una placa en memoria de los miembros de la resistencia que dieron su vida en ese preciso cruce de calles luchando contra los ocupantes nazis. En muchos lugares, incluso, los vecinos actuales del edificio, o los parientes vivos del héroe, aún ponen flores en la placa, y las renuevan constantemente para que nunca estén marchitas.

Junto a una de las entradas a las cloacas de Varsovia -utilizadas como vías de escape por la resistencia y como forma de comunicación entre los resistentes que vivían en el guetto y los que estaban fuera- se ha levantado un imponente monumento, un grupo escultórico en memoria de la sublevación de Varsovia contra los nazis. En el lugar en el que estaba el apeadero desde el que partía el tren que trasladaba a los judíos, a los gitanos, a los comunistas, a los antisociales, desde el guetto hasta Treblinka o Auswitch hay hoy un monumento que recuerda a los que salieron desde allí para no volver ya más. Igualmente, también vinculado al ferrocarril, hay un monumento a los perseguidos por el comunismo -especialmente católicos, aunque también comunistas moderados, como Gomulka, que pasó varios años en la cárcel por mostrarse contrario a la colectivización de la tierra y a la persecución de los católicos- que fueron trasladados a los campos de trabajo y concentración soviéticos en las profundidades de la URSS, aunque de estos volvieron muchos. Polonia es una nación agradecida que recuerda a sus héroes, que recuerda a los que cayeron como consecuencia de la falta de libertad, de la ocupación o de la lucha por la democracia y contra el ocupante.

Paseando estos días por Varsovia, y encontrando a cada paso recuerdos como los descritos, no he podido evitar preguntarme qué es lo que nos diferencia de Polonia. He realizado la visita con parientes españoles, muchos de ellos con ideas diametralmente opuestas a las mías, que admiraban, en ocasiones emocionados, los monumentos, las placas y las flores descritas, pero que consideran en cambio algo muy negativo que se recuerde en España a los que lucharon contra la dictadura. ¿Por qué Polonia puede recordar el ejemplo de un resistente muerto en combate sesenta años atrás, y en España no es posible hacer lo mismo? ¿Por qué se acusa a de guerracivilistas a quienes creemos que hay que reconocer institucionalmente la labor de los resistentes españoles, el sacrificio de aquellos que lucharon contra una dictadura que fue impuesta a España con la ayuda inestimable y necesaria del mismo criminal que mandó ocupar Polonia, que ordenó recluir a los judíos en el guetto, que ordenó finalmente arrasarlo y asesinar de manera fría metódica, industrializada, a todos los judíos de Europa?

Todo esto es más sangrante aún cuando nos enteramos que los nuevos gobernantes polacos, de derechas, están preparando una ley de memoria histórica radicalmente contraria a la española, ya que si ésta no busca el enfrentamiento sino simplemente el reconocimiento del valor y de la dignidad de los que nos precedieron, aquella pretende sumir a Polonia en una auténtica purga de carácter claramente totalitario, consistente en usar los archivos de la antigua policía comunista para purgar a todos aquellos que, de una forma u otra, tuvieron algo que ver con ella, hasta el punto de que alguien tan escasamente sospechoso como Lech Walesa, no sólo se ha pronunciado en contra, sino que ha sido señalado como posible colaborador de los comunistas.