Con Breznev, todo esto no hubiera pasado.

¿Hemos cometido errores?

16/01/2007

Ayer decía con mucha razón mi amigo don Rome (que pronto nos dará una sorpresa, como la vida misma, ya verán ustedes) que le hubiese gustado escribir mi post intitulado ¿Y ahora qué? Hoy yo voy a decir que, si fuese parlamentario de derechas, me hubiese gustado haber pronunciado el discurso que ha pronunciado esta tarde Durán i Lleida en el Congreso de los Diputados. Muchos no coincidirán conmigo, supongo, pero ya nos gustaría al conjunto de los españoles tener una derecha como la que tienen los catalanes. Pero, en fin, ese es otro cantar, que no es el que quiero entonar hoy, sino que voy a intentar continuar mi anotación de ayer preguntándome si el gobierno y quienes le apoyamos hemos cometido errores. Lo han hecho varios portavoces parlamentarios esta tarde, no precisamente el del PSOE, ni del gobierno, por cierto, salvo formalmente, aunque tampoco lo ha hecho el PP que, como todo el mundo sabe, nunca comete errores.

Ha sido especialmente claro Gaspar Llamazares: «Se han podido cometer errores: el primero, haber asumido que ETA estaba dispuesta realmente a abandonar la violencia y que la mayoría de Batasuna estaba madura para la democracia«. Ese es un error evidente. Y hay que asumir además que durante todo este proceso se nos ha advertido -en ocasiones con buena voluntad, en otras, como una manifestación de deseos ocultos- que en otras ocasiones ETA ha declarado treguas, y que en todas ellas, esas treguas han sido rotas por la organización. Eso ha sido un error claro, pero ha sido un error comprensible, como han manifestado Duran i Lleida e incluso el propio Rajoy: ante una declaración de tregua por parte de una organización terrorista, es obligación del gobierno comprobar si es sincera y en caso de que lo sea, intentar lograr el abandono definitivo de la violencia sin contrapartidas políticas.

El acopio de explosivos, la extorsión a empresarios y el robo de armas han sido señales claras de que la tregua no era sincera y no las hemos visto o no las hemos querido ver. Sin embargo, creo que ese error lo han cometido -con mayor o menor contumacia- todos los Gobiernos que hasta la fecha han llevado a cabo procesos de negociación con la banda, es decir, todos los Gobiernos de la democracia. Y creo que ese es un error que cometerán los gobiernos futuros, ya que, como ha dicho Duran i Lleida, si un gobierno ve una oportunidad de resolver este problema, tiene el derecho y la obligación de intentarlo, aunque corra un riesgo serio de equivocarse. Hay que señalar, en este sentido, que no tiene razón Rajoy, y el fracaso no es la conclusión necesaria del diálogo; que procesos de negociación, ya en democracia, con organizaciones terroristas han dado en su disolución y en la integración de sus miembros en la vida democrática: ahí está el caso de ETA político militar.

Precisamente porque es un error casi obligatorio, no me parece ése el error más grave que hemos cometido, sino otro, que ha sido apuntado por varios portavoces esta tarde en el Parlamento. Duran i Lleida lo ha llamado «exceso de ruido«: la falta de discreción, y sobre todo las permanentes declaraciones triunfalistas que han generado expectativas e ilusiones a la sociedad española -o a una parte de ella- que ha podido hacer creer a ETA y a Batasuna que estaban en condiciones de imponer las reglas del juego e incluso los resultados de la negociación. Aún habiéndose producido ya el robo de las pistolas y de los explosivos, siendo evidente que ETA estaba extorsionando, se han seguido generando expectativas en torno al buen fin del proceso. Ese sí ha sido un grave error. No sólo del Gobierno, sino de todos lo que lo hemos apoyado. Una vez logrado el acuerdo parlamentario que -como muy bien ha dicho Josu Erkoreka- no hay que revocar por el hecho de que ETA haya roto la tregua, ya que no es ETA quien debe dictar al Parlamento su agenda, el proceso se debía haber desarrollado en silencio. En este terreno, nos ha ganado el pulso la derecha, que desde el principio se puso a realizar declaraciones estridentes con el objetivo evidente, y declarado, de que el proceso naufragara, como si quisiera hacerle llegar a ETA el mensaje de que el Gobierno no tenía el apoyo de toda la sociedad española. Y nosotros, con el presidente del Gobierno a la cabeza, hemos entrado al trapo de estas declaraciones, encontrándonos la semana anterior al atentado en un auténtico guirigay. El PP ha realizado un uso pornográfico de las víctimas y del terrorismo de ETA a favor de sus intereses partidistas, pero nosotros -es necesario reconocerlo- hemos realizado un uso propagandístico del proceso.

Esta es la situación a día de hoy. Y ahora, ¿qué hacer? En mi opinión, y con ETA decidida a utilizar de nuevo la violencia para imponer sus tesis políticas, o no, que eso ya importa poco, sólo hay salida en una doble dirección. Por una parte, lograr un acuerdo de todas las fuerzas democráticas -desde el PP hasta las formaciones nacionalistas de derecha y de izquierda, pasando por el PSOE e IU- sobre la base de la aceptación de ciertos principios, a saber: no utilización del terrorismo ni de las víctimas como arma política; unidad de acción frente al terrorismo, y aceptación por parte de la oposición del liderazgo del Gobierno en la lucha antiterrorista, y por parte del Gobierno de la necesidad de consensuar las políticas antiterroristas para, entre otras cosas, garantizar su continuidad y su efectividad.

Pero hay una segunda parte, que es la necesidad de restar al terrorismo el apoyo social que tiene, de segarle la hierba bajo los pies. Si son ciertos los rumores insistentes de que en Batasuna hay una fuerte división entre los que quisieron condenar el atentado del día 30 y quienes no quisieron hacerlo, si es cierto que amplios sectores de Batasuna se plantearon acudir a la manifestación de Bilbao que pedía explícitamente a ETA que abandonase la violencia, hay que aprovechar esa situación y hay que apoyar a esos sectores. No temo decir que la situación perfecta para lograr el fin del terrorismo sería un sistema político vasco en el que Batasuna estuviera legalizada porque haya cumplido el requisito que le exige la Ley de condenar la violencia. Quizás el guirigay político del que hablaba un poco más arriba ha tenido como principal consecuencia la imposibilidad de convertir en real ese escenario político. En ese momento, ETA sí estaría absolutamente aislada.

Llegados a este punto, se preguntarán ustedes si sigo apoyando al Gobierno. La respuesta es clara: sí. No puede ser de otra manera. Apoyo al gobierno en todos sus intentos de acabar con la violencia y con ETA siempre que cumplan el requisito de estar dentro de la Ley. Y como ha quedado claro, todo lo que el Gobierno ha hecho en el marco del proceso de paz estaba dentro de la Ley. Precisamente por eso, porque el Gobierno no ha aceptado las exigencias de los terroristas de compromisos incompatibles con el actual ordenamiento constitucional es por lo que ETA ha reiniciado su actividad criminal. Apoyo al Gobierno en el intento de crear un nuevo consenso en torno a la lucha antiterrorista y avalo lo realizado hasta ahora, a pesar de los errores cometidos y del fracaso alcanzado.

Y sobre los errores de la derecha, prefiero no hablar, que ya he hablado mucho antes sobre ello y así, de paso, podré mantener mi compromiso de ayer de no cometer excesos verbales. Solo diré, con Llamazares que «el principal error de la derecha es la ira«.