Yo siempre tengo razón. Sólo me equivoqué una vez: predije que me equivocaría, y no fue así.

Son posibles la paz, el consenso y la concordia nacionales, se lo digo yo

13/03/2007

Lo he encontrado. Tengo una propuesta de consenso, un punto de partida, algo en lo que los buenos y los malos, los decentes y los indecentes, aquellos a quienes les brillan los ojos cuando la patria acude a su mente, y aquellos otros a quienes semejante idea nos produce sudores fríos, los que estuvieron en la megamani del hiperlider por la superpatria, y los pocos que no…, todos los españoles y asimilados, en definitiva, estaremos de acuerdo sin ninguna duda.

¿Se le sube a la chepa su cuñado en los eventos familiares al grito de «¡Islamoprogre, habéis vendido Navarra a cambio de un plato de lentejas y dos de natillas, pero sin galletas ni nada!«? ¿Su jefe le quiere degradar por leer cinco veces al día, de rodillas y mirando al Vaticano Libertad Digital, cuando debía estar vendiendo sierras eléctricas por esas granjas de Dios? Tengo la solución para que todos volvamos a ser amigos e incluso podremos ponernos de acuerdo para convocar la madre de todas las manifestaciones y tener un lleno absoluto: apoyemos la impunidad en el incumplimiento masivo de las normas de conducir. Eso sí que nos une.

El otro día, un evento familiar estuvo a punto de convertirse en el escenario del choque definitivo de las dos Españas. Los fantasmas de De Juana Chaos, Navarra, la guerra de Irak, Afganistán, la AVT, el ministro Bermejo, y muchos otros sobrevolaban el arroz caldoso con langostinos amenazando con lanzarse como suzukas kamikazes sobre la sopera y ponerlo todo perdido, cuando súbitamente las aguas volvieron a su cauce y los suzukas buscaron otras soperas que sobrevolar en desiertos más lejanos: alguien aludió a la «injusticia» universal y absoluta de que te quiten unos puntillos del carnet de conducir por decirle sonoramente a un guardia: «usted se calle que no tiene ni la ESO» y desobedecer después sus indicaciones de manera clara y contundente. «Habráse visto«, decían unos, «¡Qué atropello sin precedentes!«, los otros. Todos parecían de acuerdo en que el Gobierno hace muy mal en intentar que las normas se cumplan. «¡Y el Zapatero este, qué se habrá creído -decía una parienta habitualmente izquierdosa-, abrir un centro en León para que las multas se gestionen más deprisa!«, cosa a la que asentía con vehementes movimientos de cabeza arriba y abajo el tío Andrés que un rato antes estaba buscando la forma de estrangular con la servilleta a la antedicha por sus intolerables apoyos al gobierno disolvente y vendepatrias de Zapatero.

En estas andábamos, cuando se queja uno de los primos pijos -y militante orgulloso de las Nuevas Generaciones- de que el otro día le pusieron una multa por invadir el carril bus en los bulevares, y denuncia indignado, para que nos andemos todos con ojo, que hay una especie de cochecito muy pequeño -que para mí que es una leyenda urbana- que aparece cuando menos te lo esperas y te enjareta una multa de no te menees. El clima de concordia parecía imponerse hasta que alguien, súbitamente, preguntó «¿Quién se viene el sábado a la mani?«, momento en el que se abrieron de nuevo las hostilidades al grito proferido por el tío Manolo de «A la mani va a ir tu puta madre«, que por cierto, es su señora esposa y descansa en la paz del Señor desde hace ya más de tres años. Los suzukas aparecieron de inmediato sobre los restos del arroz. Hasta ese crítico cambio de tercio, todo el mundo coincidía en la maldad intrínseca de la administración -sea ésta del signo que sea- que se harta a poner multas para vampirizar los emolumentos que con tanto esfuerzo nos ganamos con nuestro cotidiano afán.

Así que ya ven ustedes. Si quieren pacificar una reunión familiar, de amigos o laboral que amenaza con convertirse en un ring de patriótica lucha libre, protesten por la injusticia de la multa aquella que le pusieron por ir a 290 kilómetros por hora por la calle Jorge Juan un martes a las tres de la tarde y en sentido contrario. Las espadas bajarán y todos se solidarizaran con usted, pobre víctima del código de circulación.

¡Qué país éste en el que la impunidad en el incumplimiento de la norma de conducir el es uno de los principales valores patrios!