¿Pero quién leches es Eva?

La Constitución eterna

06/12/2008

Tenía yo un profesor de pensamiento político en la Universidad que solía decir dos cosas: «la etimología política de tranquilidad es tranca» y «en política no puede haber nada permanente ni inamovible». Hoy, don Hugo Martínez Abarca publica una entrada sobre la Constitución en el que incluye una pirámide de la población actual de España, que deben ustedes ver, y que por eso incluyo en esta entrada. En ella se visualiza muy claramente cómo quienes nacieron antes de 1960 (los coloreados en gris) nos han impuesto a los que vivimos hoy una Constitución que ha tenido muchas cosas positivas, sin duda, pero que tiene entre sus puntos negativos el considerarse a sí misma como permanente e inmutable, una Constitución que unos -que por cierto, contribuyeron de manera entusiasta a su redacción y a su aprobación- consideran intolerablemente antidemocrática, que otros consideramos claramente superable y que a otros parece mantener felices como perdices. Hoy, señores y señoras amigos míos y mías, voy a hablar de la Constitución, que para eso estamos en su alegre celebración, que este año nos ha venido abreviada.

En mi opinión, el hecho de que en 1978 se consiguiera poner en marcha un texto constitucional aceptado democráticamente por una amplia mayoría de la población española, junto al hecho de que la mayor parte de quienes no lo votaron o no estaban de acuerdo con él aceptaran la vía democrática para su superación son ya dos avances importantes en la historia española, porque indican que las dos Españas han sido capaces de pactar unas reglas del juego comunes y aceptadas por todos que nos alejan del peligroso ritmo constitucional del siglo XIX en el que cada gobierno -generalmente surgido de un pronunciamiento militar, de una revolución o de unas elecciones amañadas- imponía una nueva constitución y fusilaba a los que habían escrito la anterior.

Si la transición hubiese durado 10 años, habría sido sin duda extremamente positiva. La Constitución de 1978 habría creado un clima de estabilidad política para construir una democracia realmente democrática, que -al margen de contenidos- es la que se considera a sí misma medio y fin, porque sólo de esta manera se puede ir perfeccionando. Y sin duda, una vez instaurada y estabilizada, en los siguientes 20 años, en los que tanto ha cambiado el mundo y tanto hemos cambiado nosotros, se habría reformado, se habría ido adaptando a las nuevas realidades, habría profundizado los mecanismos democráticos. Porque como dice Romenauer:
Antes que nada, quiero decir que apoyo sin matices una profunda reforma republicana de la CE. Es necesario acabar con los privilegios y adaptar la Constitución a las nuevas realidades sociales y políticas, introduciendo nuevos derechos colectivos e individuales, reforzando los ya existentes y cambiando la Ley Electoral.
Nuestra democracia es coja por muchas cosas, entre ellas, por cierto, y aunque a muchos sorprendentemente parezca no gustarles, el mantenimiento de una monarquía que cada vez da más muestras de que la democracia ha sido para ella simplemente la mejor manera de mantenerse. Pero el principal defecto de nuestra democracia es que se considera acabada a sí misma, que cierra las puertas para su reforma, que nos tiene a muchos españoles de hoy con la sensación de que nuestros padres, hace 31 años se dotaron de un sistema político y una Constitución que les parecieron buenos, y que aún hoy no nos permiten reformarlo sin adentrarnos en un complejo proceso constituyente, o sin una ruptura de la legitimidad.

Creo que hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que la transición fue un pacto de mínimos, un acuerdo entre cobardes ambiciosos. Por un lado, la derecha, que había puesto en marcha la dictadura y que la había apoyado hasta el último momento sabía que esa situación no se podía mantener mucho tiempo más allá del “hecho sucesorio”, y llevaba ya unos años reciclándose a la fuerza como derecha democrática, más o menos homologable al resto de las derechas europeas. Por otro lado, muerto el dictador y puestos en situación de tener que medirse en las urnas, los dos partidos de la izquierda española -el PSOE y el PCE- mantuvieron una actitud cicatera. El PSOE, en primer lugar intentando evitar la legalización del PCE, y ambos partidos no diciendo esta boca es mía, cuando se negó la legalización a ERC y a IR, partidos ambos con amplísima representación institucional en la última convocatoria electoral democrática celebrada en España, además de ser portadores de la tradición republicana. PSOE y PCE soñaban ambos en una democracia bipartidista en la que se alternaran en el poder con la derecha franquista reciclada en democracia. Y eso es lo que finalmente ha ocurrido, siendo el ganador final de la batalla interna de la izquierda el PSOE, algo extremadamente injusto, ya que apenas estaba comprometido en la lucha contra la dictadura. Pero fue mucho más habilidoso en el uso del marketing político -aún hoy lo es- y mucho mas rápido en la renuncia a ciertos principios políticos.

Y ese pacto entre cobardes es lo que nos ha llevado a la situación en que hoy nos encontramos, en que ninguno de los dos grandes partidos quiere hacer ningún cambio en la Constitución, por la sencilla razón de que les ha ido bien. Estamos donde querían colocarnos, en una democracia cada vez más formal de dos partidos únicos. ¿Así que por qué van a querer cambiar las cosas?

NOTA: Lean la interesante recapitulación de entradas escritas en la blogosfera sobre la Constitución, realizada por don Fernando Berlón en Radiocable.