¿Somos los que éramos?

¿Y para qué militamos?

16/03/2009

Como he dicho antes, me encanta la calle de Fuencarral los domingos por la mañana. Suelo recorrerla entre San Bernardo y Quevedo un par de veces, con mis perros, todas las semanas. Gallardón la dejó bien mona, casi peatonal, que si no le voto yo es porque soy más de Aguirre, como bien saben todos ustedes, pero ése es otro tema… Los domingos por la mañana, se corta el tráfico en Fuencarral, y podemos pasear tranquilamente los humanos, los niños y los perros, sin preocuparnos demasiado por ser atropellados por algo que no sea un ciclista o una patinadora , y pudiendo entregarnos a nuestras reflexiones habituales. Últimamente, como casi seguro les ocurrirá a ustedes, mis  reflexiones tratan el siempre complejo devenir de Izquierda Unida.

Y es que soy presa de una cierta desesperación que algunos han querido calificar de existencial, porque me da la sensación de que se nos están pasando los trenes, y muy deprisa, y sin parar incluso, como si fuéramos un apeadero de cuarta o quinta categoría… Hubo un tiempo en el que la gente no entendía por qué siempre estábamos a la greña, pegándonos entre nosotros, y se decía que los votantes huyen de partidos divididos y en conflicto interno. Entonces, siempre, después de alguna de esas broncas que tanto nos gustan, alguien decía: «Compañeros y compañeras -porque se dice siempre así-, vamos a intentar salir con un sólo discurso, y dejemos los conflictos a un lado, que es más lo que nos une que lo que nos separa«. Y entonces nos afanábamos todos en ponernos a elaborar ese discurso único, y se montaba de nuevo un guirigay de mucho cuidado… Pues bien, ese tiempo se ha pasado ya, ese tren se nos ha escapado, porque ahora ya da igual que tengamos o no un discurso único. Nadie quiere oírlo.

Hemos tirado tanto de la cuerda de la confrontación interna que hemos puesto en cuestión incluso el proceso de toma de decisiones. Y han ocurrido dos cosas: en primer lugar, que no existe una IU, sino muchas. En cada pueblo, en cada comunidad autónoma, incluso en cada momento, IU es una cosa, dice una cosa, hace una cosa que puede ser contradictoria con la que es, hace, o dice en otro lugar cercano o lejano. Por otro lado, el conflicto interno nos ha metido a todos, a todos absolutamente, en un proceso tal de interiorización del que nosotros mismos estamos más que hartos, saturados. Nuestras cosas no es que no le interesen a la gente, que ya ni se preocupa por nosotros, es que no nos interesan ni a nosotros mismos.

Llevamos años en una especie de proceso asambleario que siempre parece que va a ser el último, el definitivo, el que va a arreglarlo todo, prometiéndonos a nosotros mismos que «después de la asamblea«, «después del consejo del martes«, «cuando se resuelva lo del coordinador«… será el inicio de la recuperación y el principio del fin del declive. Pero no lo es, nunca lo ha sido. Lo que empieza en realidad es el inicio de otro conflicto que, de nuevo, nos parece el último. Y mientras, discutimos entre nosotros si el trabajo que hay que hacer es el de las instituciones, el de la calle o ambos, si somos un partido o un movimiento político y social, si van a entrar en el consejo siete de los míos o si van a pactar los de las otras familias, «y nos van a dejar fuera como siempre«… Y da igual, en realidad da igual: a la gente no le importa si estamos en la calle o en las instituciones, y mucho menos nuestro proceso interno, porque la gente ha dejado hace tiempo de prestarnos atención como partido, y nuestros votantes están en un proceso acelerado de alegre fuga hacia desiertos menos penosos. Como mucho, nos queda el prestigio de algunas personas concretas a las que se conoce por su trabajo habitualmente en solitario, pero es muy posible que estemos a punto de iniciar la quema de esas personas también…

¿Y entonces, qué nos queda por hacer? Pues no lo tengo nada claro. En mi opinión, IU se ha acabado, estamos en un proceso de muerte lenta que se consumará, probablemente, cuando nos abandone ese votante cuyo sufragio decide si somos parlamentarios o extraparlamentarios. Y creo que ese momento no está muy lejos, como creo también que la culpa de esto no la tiene la Ley Electoral, porque con la misma Ley Electoral, hemos tenido 21 diputados, más de  dos millones y medio de votos y hemos sido una opción política que ilusionaba a militantes y a votantes. La responsabilidad de lo que ha ocurrido es sólo nuestra, al margen de que la ley Electoral quizás vaya a ser el siniestro capitán de pelotón que nos dé el tiro de gracia.

En mi opinión, sólo tenemos una salida, aunque es posible que, a estas alturas, ya no tengamos credibilidad ni para eso, porque la gente no nos escucha. La única solución es que el proceso de refundación que se puso en marcha en la IX Asamblea no sea en realidad una asamblea más en la que hacer nuevos ajustes internos y retoques de los estatutos, sino que sea un proceso en el cual no nos miremos a nosotros mismos, sino que preguntemos a ese millón y medio largo de votantes qué ha ocurrido, qué hemos hecho para que nos abandonen y qué tenemos que hacer para que vuelvan. No estoy proponiendo -como sé que me acusarán algunos- política de encuestas, es decir, averiguar qué es lo que piensa la gente para ofrecerles precisamente eso y no otra cosa. No. Lo que propongo es dirigirnos a toda esa gente que está a la izquierda del PSOE, que son nuestros votantes naturales, que probablemente no nos estén votando, pero que tampoco están votando al PSOE, y preguntarles en qué hemos fallado.

Y eso, no se hace con cuentas de cuotas ni de listas, ni con paridades calculadas, ni con pactos de familia, ni de mesa camilla. Ni si quiera se hace eso con asambleas limpias en las que los militantes puedan expresar su opinión a partir de los nuevos censos purificados. Todo eso está muy bien, y debe formar parte de la refundación, junto con una oportuna purga de todos los dirigentes de todas las corrientes que tengan más de cuarenta años y hayan estado en cualquier dirección en los dos últimos mandatos…

Pero además de eso, que es puramente interno, y no le interesa a nadie, quizás haya que convocar un proceso hacia afuera, y hablar con los sindicatos, con las asociaciones de vecinos, con los movimientos ecologistas, con los movimientos feministas, con asociaciones de consumidores, con ONGs, con asociaciones de jóvenes, de estudiantes… en definitiva con todos aquellos cuyos intereses debemos defender, porque son los nuestros, y porque son los que no defiende nadie, y preguntarles qué debemos hacer para recuperar su confianza e incluso invitarles a hacerlo con nosotros.

O eso, o nada. Y creo que va a ser nada…