Pasaron ya aquellos tiempos en los cuales, para que a uno de le enterraran con un mínimo de dignidad tenía que ser emperador del Alto y del Bajo Egipto.

Hermann Tertsch

10/12/2009

El otro día vi una película en la que todos los personajes parecían confabulados para decirle a uno de ellos que lo más triste del mundo es el talento desaprovechado. No recuerdo qué película es, porque este puente he visto muchas películas. Hermann Tertsch es un tipo triste. Yo recuerdo haber leído sus crónicas en El País con fruición, casi desde pequeñito. Gracias a él entendía y comprendía lo que ocurría en Polonia, en Yugoslavia, en Hungría, en Bulgaria, en Checoslovaquia, en Rusia, y en general en los países del Este Europeo y del antiguo bloque socialista. Había épocas en que terminaba de leer el peródico y sólo quería que llegase el día siguiente para seguir leyendo todo aquello que era tan emocionante y que él me contaba. Sus propias posiciones políticas no le impedían escribir unas maravillosas crónicas en las que exponía y explicaba a la perfección qué ocurría, por qué ocurría y qué fuerzas e impulsos intervenían en aquellos países que tánto me interesaban y que estaban en pleno proceso de cambio. Jarucelski, Primakov, el primer Yeltsin, Ceaucescu, Vaslac Havel, János Kádár,  eran personajes casi familiares para mí gracias a las crónicas de Tertsch. Quien era capaz de escribir con aquella independencia de criterio, incluso respecto a sus propias posiciones políticas, desaprovecha su talento cuando se dedica a ser el grosero y balbuceante altavoz nocturno de las consignas emanadas desde un despacho de la Puerta del Sol, y es, sin duda, un tio muy triste. Cualquiera puede comprobarlo cada noche en Telemadrid. Por eso, me da mucha pena que le peguen.