¿Somos los que éramos?

Mi visión trasnochada del Ejército

05/12/2010

Un amigo mío me decía el otro día que tengo una visión trasnochada del Ejército, y que el Ejército de hoy en día no es el de la dictadura, porque, además de poner  a trabajar a los enemigos del pueblo a punta de pistola, también han repartido mantas entre los afectados por el plante ilegal de los controladores. Reconoceré que cuando sale la palabra Ejército se me nubla la razón y puedo decir cosas sin pensarlas demasiado, pero es que luego, cuando fríamente las pienso, me doy cuenta de que las sostengo.

No sé si les pasará a ustedes. A mí sí me pasa. A veces, hay algo que puede ser una idea, o cualquier otra cosa,  que provoca una disonancia, que no concuerda. A mí me pasa con el Ejército. Durante muchos años he intentado convencerme a mí mismo de que en el mundo actual el ejército ya no es lo que era, y que su cometido es principalmente mantener la paz, y no hacer la guerra. Pero es que no he conseguido convencerme de tal tontería. Para repartir mantas entre los viajeros afectados por el plante de los controladores no hace falta un sujeto vestido de camuflaje, del tamaño de un armario y armado hasta los dientes. Bastaría un batallón de amables abuelitas, incluso aunque fueran en silla de ruedas. Yo creo que algo más iban a hacer los militares a los aeropuertos el otro día que repartir mantas.

Pues desde un punto de vista global ocurre lo mismo. No termino muy bien de entender por qué para mantener la paz, los estados y los gobiernos dedican partes nada simbólicas de sus presupuestos a investigar nuevos tipos de armas, a fabricar armas de tipo antiguo y moderno, y a comprarlas. Tampoco entiendo que si los gobiernos lo que quieren es mantener la paz, y por eso han ido a Irak y a Afganistán y tienen poderosos e hiperarmados ejércitos, no conviertan en una industria ilegal a la industria del armamento. Algo no cuadra.

Cuando se arma a alguien hasta los dientes y se le da poder, se entiende que esas armas van a actuar como eficaces medios de argumentación para imponer dicho poder. Y eso vale en la torre de control de Torrejón y en Afganistán. Por qué será que cuando el poder de los ejércitos que acuden a diversos lugares a poner orden es prácticamente ilimitado, estamos constantemente lamentando “daños colaterales” –como por ejemplo la muerte en pleno de varios clanes afganos en una boda- o conociendo que mataban a sus prisioneros después de torturarles para hacerse fotos con ellos.

Y luego hay otra cosa que no me gusta nada, y es ese plus de bondad que tiene el ejército. Hace poco, iba un día a buscar al niño al cole y me topé con un expositor urbano que mostraba un cartel en el que nos ofrecía una visión idílica del ejército y de los militares: al parecer –y según las fotos- todos son guapos como modelos y están constantemente observando el horizonte, con cristalina e iluminada mirada, en alerta permanente por si algún peligro amenaza a la patria. Y sólo rompen ese marcial y viril gesto –que ahora pueden conformar también las mujeres, los sudacas y los moritos- cuando la patria agradecida se acerca a besarles en forma de niña de rubios tirabuzones o vulnerable pero orgullos anciano.

O esta misma mañana, cuando nos han soltado por Radio Nacional, en medio de un boletín informativo -y precisamente hoy, que tenemos a los militares amenazando con todo tipo de males a trabajadores en conflicto, con razón o sin ella- un impresentable publirreportaje acerca de no sé qué marinos que han vuelto de las aguas del Índico donde han puesto a raya a los piratas, por lo visto. “Ya están aquí” era el titular, como si estuviéramos todos pendientes de dónde leches estaban esos mendas, y acto seguido un panegírico sobre su capacidad de sacrificio, el deber, y todo lo que les debemos.

Pues yo no les debo nada. Porque resulta que esos muchachos cobran por ello, es decir, hacen lo que se les manda a cambio de un salario, como todo el mundo. Y luego, si quieren hacerlo con la mirada perdida en el horizonte y el alma plena de almíbar patrio, como si se hacen la permanente, a mí plim. Pero esas campañas institucionales abiertas u ocultas tienen un objetivo claro: hacer olvidar a la gente que el Ejército no es un cuerpo de voluntarios, sino que es una institución que impone sus objetivos a la fuerza. Por eso van armados y se visten de camuflaje. Estas campañas publicitarias institucionales, estos boletines informativos, son de hecho, parte de su uniforme de camuflaje.

Por eso, porque no necesitan camuflaje, no vemos campañas de publicidad institucional que agradezcan su espíritu de sacrificio a los médicos del IMSALUD que no tienen más que diez minutos para cada paciente, y que se desvelan por cuidar nuestra salud –a veces, ante el desprecio del gobierno que les paga, como ocurre en Madrid-; a los profesores y a los maestros que forman a nuestros jóvenes (por cierto, que el Ejército español se afanó en la represión precisamente contra los maestros durante la dictadura); a los albañiles que construyen nuestras casas, hiperexplotados por los empresarios que les contratan o a los controladores aéreos que evitan que los aviones en los que volamos se choquen unos contra otros, y a los que desde ayer, y por orden del Presidente que no iba a cambiar, amenazan las pistolas de nuestros militares..

Así que es posible que tenga una visión trasnochada del Ejército. Sencillamente no lo quiero. No lo necesito. Que reparta mantas el Ejército de Salvación.