En Twitter, todos somos unas ratas, pero en la calle unos somos moralmente superiores a otros.

¡Me cago en Dios! (Y en la Virgen María)

20/03/2011

1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.
2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna.
Artículo 525 del Código Penal

Ayer, por la mañana, cuando pensé escribir esta entrada, sólo tenía claro el título, fruto del inmenso enfado que me produce el hecho de que la policía de un estado laico y aconfesional se pueda presentar en las casas de unas personas a detenerlas porque unas horas antes se han semidesnudado en una capilla católica sita en dependencias públicas de la Universidad Complutense, bajo la terrible acusación de haber cometido un delito de ofensas al sentimiento religioso. Hay nada menos que cinco delitos en nuestro código penal destinados definir delitos de ofensas a los sentimientos religiosos.

Después de pensar el título de la entrada que leen, y que inicialmente iba a ser bastante más breve, he tenido que salir a la calle, y en el autobús 202, mientras observaba por la ventanilla a la gente paseando por la Gran Vía, pensé: “vaya pasada, don Ricardo –ya saben ustedes que yo siempre me trato a mí mismo de usted y con don, en señal de respeto y la consideración que me tengo- ¿cómo vas a escribir esa barbaridad?”. Pero casi inmediatamente puse coto a los filtros que inocularon en mi mente desde pequeñito los jodidos curas, y entré en razón. ¿Y por qué no?

En primer lugar, Dios es un ser imaginario, y por lo tanto, puedo cagarme en él con la misma tranquilidad de conciencia con la que me cagaría en Pinocho o en Ángela Channing, por poner dos ejemplos simpáticos.

En segundo lugar Dios es un ser imaginario que representa la pulsión innata, cobarde y fácil que tenemos los seres humanos por mantenernos en la ignorancia, y huir de la tentación de llegar a saber por nosotros mismos cómo funciona el mundo y lo que está bien y lo que está mal. Y yo me cago en esa pulsión.

Y en tercer lugar, porque me parece increíble que en un país que se presenta a sí mismo como democrático, avanzado y laico pueda ser delito algo que como mucho –y según en qué circunstancias- podría ser considerado una falta de educación, y que grupos integristas católicos cercanos a la cúpula eclesial y al Partido Popular, con la connivencia y la colaboración necesaria del PSOE, puedan estar utilizando este desfasado delito para acallar la libertad de conciencia y de participación política de aquellos ciudadanos que pensamos que en las dependencias públicas no debe haber capillas católicas, ni de ninguna otra confesión.

Contrasta además la actitud que mantienen estos grupos ahora, con la pasión con que defendieron en su día los valores democráticos, cuando el integrismo musulmán quiso evitar que en occidente se pudieran publicar caricaturas de Mahoma, un personaje al que es posible ofender, por cierto, porque –a diferencia de Dios- existió realmente. Mi posición actual sobre los delitos de ofensas al sentimiento religioso es necesariamente coherente con la que mantuve entonces sobre las caricaturas de Mahoma.

Por estos motivos, he decidido blasfemar en público, y hacerlo con la intención clara, declarada, manifiesta y expresa de ofender el sentimiento religioso de aquellas personas que profesan la religión católica que son incapaces de comprender que yo, como ciudadano, no tengo por qué sufragar con mis impuestos las capillas católicas que hay en las universidades públicas y en algunos hospitales públicos (y supongo que habrá otros lugares, pero los citados son los que conozco), y lo hago mediante la violación del artículo 525 del Código Penal.

Así que lo dicho: ¡Me cago en Dios y en la Virgen María!

Nota: Si quieren algo más reflexivo, pueden leer este magnífico artículo de Beatriz Gimeno.