Yo soy oficialista. Los críticos son ustedes, los de la dirección.

La fina piel de algunos políticos

15/06/2011

No me gustó lo que le hicieron ayer a Gallardón, porque yo creo que la presión a los políticos no debe llegar hasta el punto de poder acosarles en sus momentos privados, cuando están con su familia. Y creo que Gallardón estuvo bien respondiéndoles que no tienen derecho a hacerle pasar por ese trago a su familia. Me parece de muy mala educación, y sobre todo, me parece que suepera un límite, que es el del respeto a las personas, y aclaro, como aviso a navegantes, que el Rey no es una persona, sino una institución, así como el Principe de Asturias, por lo que uno se puede cagar tranquilamente en ellos, sin miedo a manchar a ninguna persona con las tales deposiciones, que son en todo caso metafóricas y no orgánicas.

Pero lo de esta mañana en Barcelona me parece plenamente legítimo, como lo del otro día en el Ayuntamiento de Madrid, y creo que algunos políticos -entre ellos algunos con los que simpatizo mucho, como los de ICV- han demostrado tener la piel muy fina. Ser abucheados e increpados en la calle, en especial cuando están en el ejercicio de sus facultades, les va en el sueldo, como señaló en su día Felipe González. Y deben tragar con ello, y curtirse un poco más.

Los políticos españoles tienen que asumir que hay algo que ha entrado -y creo que va a aquedarse por un tiempo largo- en la política cotidiana española: el movimiento 15 M, que se compone de aquellos que, con razón, se sienten excluidos y damnificados por la democracia. Los políticos españoles no pueden esconderse más en la institucionalidad, porque es precisamente esa institucionalidad, o parte de ella, lo que cuestiona el espíritu del 15M. Las declaraciones que están haciendo los políticos estos días, así como las amenazas mafiosas realizadas hace un rato por el capo Más, indican que los políticos se debaten entre la institucionalidad para no reconocer las protestas o la violencia para acabar con ellas.

Y lo que tienen que hacer los políticos es tomar partido, que para eso les pagamos. Y creo que ayer, y hoy, ha habido dos buenos ejemplos de a lo que me refiero, dos ejemplos encarnados por dos políticos a los que habitualmente no suelo realizar buenas críticas, pero en este caso se lo merecen: son Esperanza Aguirre y Cayo Lara. Esperanza Aguirre lo dijo ayer claramente con ocasión de su debate de investidura que el movimiento 15 M le parece totalitario, porque le recuerda a la actuación de las organizaciones  que dieron lugar a los regímenes totalitarios de principios del siglo XX. Supongo que se refiere a los regímenes fascistas y comunistas. Es, sin duda, una buena toma de partido. Esperanza Aguirre, como ya ha hecho en otras ocasiones, ha renunciado al buenismo y a querer nadar y guardar la ropa, como hacen la mayor parte del resto de políticos, y ha dicho claramente que no apoya las reivindicaciones ni el movimiento del 15M.

Cayo Lara esta mañana ha hecho lo mismo, pero al revés: se ha presentado en una importante acción del movimiento que pretendía evitar un desahucio por impago de una hipoteca, y algunos le han increpado y han pedido que se vayan «los oportunistas». No sé si Cayo Lara es un oportunista o no -tiendo a pensar que sí, pero ya saben ustedes que yo tengo muchos prejuicios- pero lo cierto es que ha estado bien: ha defendido su derecho a participar en la acción, ha aguantado incluso algún que otro zarandeo, sin mayores aspavientos, y ha intentado ganarse el respeto de un movimiento ciudadano que ha dejado de respetar a los políticos. Convencerles de que la izquierda forma parte del movimiento y se identifica plenamente con él, ganarse el respeto del movimiento, es loq ue deben hacer los políticos de izquierdas, y para ello, nada mejor que ir, y dar respuesta a los que les increpan, y no econder la cabeza detrás del escaño o mandar a la policía a repartir hostias.

Izquierda Unida -pero EQUO también- y cualquier otra formación que pretenda ganarse el respeto de este movimiento ciudadano debe buscar el punto correcto de equilibrio entre la negación absoluta de un sistema político que buena parte de la ciudadanía cuestiona de raiz, y su uso como paraguas contra la legítima crítica ciudadana.