Estoy en el centro de mi mundo, y soy incapaz de ignorar tal cosa.

Bombas Lapa. Respuesta a don Juan Luis Nepomuceno

04/09/2014

Don Nepo se ha enfadado conmigo, porque dice que no se puede decir ni escribir “bomba lapa”. Que él ha sufrido mucho -es policía- como consecuencia de las bombas lapa y que no consiente que tales palabras se junten en su presencia, así que me ha excluido de entre sus amigos de Facebook y ya no me habla. Lo siento, porque yo aprecio mucho a don Juan Luis Nepomuceno, a pesar de sus ripios y de esta despedida tan dramática.

Durante años, don Juan Luis Nepomuceno, un policía de izquierdas a quien le ha costado muchos “ciber-amigos” tratar de defender su profesión y sus ideas políticas al mismo tiempo, ha sido -lo va a seguir siendo, aunque ya no me hable- una referencia para mí: la Policía no son sólo los antidisturbios, también son todos esos agentes que, desde diferentes puestos y con diferentes cometidos sacan de las calles a los delincuentes que amenazan nuestras vidas, nuestras haciendas y nuestra seguridad. Como no soy un anarquista, sino un tibio socialdemócrata, creo que en cualquier sociedad que podamos imaginar -cualquier sociedad viable, quiero decir- habrá delito, y por lo tanto debe haber policía. Don Nepo -espero que me permita seguir utilizando ese cariñoso apelativo-, cada vez que yo perdía el control insultando a la Policía de manera general e injusta por la actuación en las calles de ese cuerpo despreciable que son los antidisturbios, me ha recordado esto.

Ahora, don Nepo ha decidido retirarme la palabra porque ayer compartí en FB una canción -que para más inri no me gusta demasiado, porque yo soy más de zarzuela- en la que salen las palabras “bombas lapa”. Don Nepo dice que él estuvo a punto de morir destrozado por una bomba lapa, que un amigo suyo, de hecho, murió así, y me llama abogado de los etarras, no sé muy bien a cuento de qué, porque aquí la ETA no tiene nada que ver. Y me retira la palabra.

Me sorprende la indignación de don Nepo, porque él nunca jamás ha aceptado la más mínima critica a la policía, aunque diga que sí en su carta abierta. Jamás ha querido comentar conmigo el corporativismo de los policías que nunca participan en una protesta general contra los recortes, que cuando lo han hecho, ha sido pidiendo bien que se resuelva lo suyo exclusivamente, bien exigiendo mejores medios para la represión del resto de trabajadores. Jamás ha sido capaz de explicarme -y miren que se lo he preguntado veces- por qué los bomberos, los cerrajeros, los profesores, los médicos desobedecen normas y leyes para defender lo que es de todos, mientras que jamás se ha visto a un policía -a pesar de que algunos de ellos aseguran ser de izquierdas- desobedecer una orden injusta. ¿Por qué un bombero puede desobedecer la orden de entrar a palos en casa de una anciana para expulsarla, en nombre del banco, y en cambio, un policía no puede negarse a hacer lo mismo? ¿Arriesga acaso más el policía que el bombero? ¿Vale acaso más la seguridad laboral del policía que la de un bombero o un cerrajero? ¿Por qué hay algunos “profesionales” que se consideran al margen de sus obligaciones ciudadanas, una de las cuales es la desobediencia civil? ¿Tienen los policías la obligación de defender la Ley, incluso cuando no es Ley, sino ley, que es lo que ocurre en las dictaduras de clase como la que tenemos en España?

Creo que el Cuerpo Nacional de la Policía tiene un problema: salvo el cambio de nombre y el color del uniforme, no se ha producido una ruptura entre este cuerpo y el de la Policía Armada franquista. Ha sido la edad y el tiempo la que ha sacado a los criminales franquistas de las comisarías españolas, y no la necesaria limpieza democrática del cuerpo. Y eso ha tenido sus consecuencias; entre otras, que aún a día de hoy, muchos policías se crean que tienen patente de corso (basta leer los foros profesionales de policías para darse cuenta de que en las policías españolas hay auténticos desequilibrados que no deberían poder usar placa, armas y uniforme, y que no son uno ni dos, sino bastantes). La Policía española de hoy es exactamente la misma que tiró a Julián Grimau por la ventana de la comisaría. La misma. Y a don Nepo, que es una persona decente y un policía honesto, naturalmente no le gusta que se le diga esto. Yo podría usar esto para faltar al respeto a todos los policías de España, calificándoles de asesinos fascistas, como don Nepo me califica a mí de abogado de los etarras. No lo voy a hacer, porque sé que don Nepo no es el único policía decente y demócrata que hay. Pero tampoco voy a olvidar que la Policía, como institución, tiene entre sus tareas a día de hoy espiar y desarticular al movimiento democrático en el que yo me integro. Eso es lo que en realidad incomoda a don Nepo, y esa es la razón por la que me ha borrado de entre sus amigos, ya que hace tiempo que venía buscando el pretexto. Otras veces lo ha hecho, aunque luego se ha echado para atrás. Espero que esta vez tampoco sea la definitiva, porque prefiero entre mis amigos de FB un don Nepo llevándome la contraria que decenas de acríticos “me gustas”.

Bombas lapa. Don Nepo me deja por un ejercicio literario. Don Nepo sabe que yo no le voy a poner una bomba lapa a nadie. Pero sabe también que creo que las manifestaciones y las batukadas, e incluso los votos, no son suficiente para parar el ataque sin precedentes del que estamos siendo víctimas por parte de nuestros enemigos de clase, y que creo que hay que buscar formas de hacerles pasar miedo, al menos, el mismo miedo que pasan las personas a las que ellos, los policías, los compañeros de Don Nepo, sacan entre grandes risotadas y a la fuerza de sus casas, sin preocuparse de si son enfermos, ancianos o niños que no entienden lo que ocurre. Evidentemente, quienes tienen que pasar miedo no son los policías cuyos jefes han definido a las víctimas de los recortes como “el enemigo”, sino los responsables políticos y económicos de la situación que vivimos, cuyas vidas, para mí, no valen nada, porque si ellos no hubieran vivido, probablemente, todos viviríamos mejor.

Me despido ya, don Nepo, y sepa que sigo coniderándole alguien valioso, mi amigo, si me lo permite, cuyas opiniones me interesan especialmente y al que aprecio en lo personal (salvo por sus ripios, claro, que eso no hay quien lo perdone).