Gracias a Mendel, ahora todos somos herederos de algo

Salmerón, Companys, Ferrer y el futuro

16/10/2015

Don Nicolas Salmerón dejó la presidencia de la I República Española para no mancharse con la firma de una pena de muerte. La contrapropagada española ha puesto estos días en circulación un papelito fechado el 10 de diciembre de 1936 en el que Lluis Companys da el visto bueno a una serie de fusilamientos, entre los que se destacan, no sé por qué razón, algunas mujeres, como si fusilar mujeres fuera especialmente depravado o peor que fusilar hombres. No dudo de que dicho papel sea real. España estaba en aquellas fechas en guerra, y probablemente habría muchos documentos de este tipo con otras firmas.

Pues bien, creo que no podemos decir de Companys lo que decíamos el otro día de Hernán Cortés. Companys, como don Nicolas Salmerón había hecho muchas décadas atrás, podía haberse amparado en sus principios éticos para no firmar estas penas de muerte. No lo hizo. Sin embargo, juzgar así, a secas, a Companys es también un juicio injusto, como el de Hernán Cortés, Colón o Ysabel I de Castilla, porque las circunstancias de Compayns no son las cómodas circunstancias en que vivimos nosotros juzgando la historia desde nuestros perfiles de Facebook o Twitter o matando, como mucho, a un personaje de algún videojuego y sin arriesgar nada.

Compayns era gobernante de unas instituciones democráticas acosadas por un ejército peligrosísimo levantado en armas. Unas instituciones democráticas, probablemente imperfectas, pero legítimas, que estaban defendiéndose de unos criminales uniformados que no tenían dudas ni problemas morales: fusilaban a media población allá por donde pasaban, con el único requisito que les denunciara el jefe local de la Falange o cualquier otra persona de bien: el cura, el médico, el cacique… Y lo hacían sin quebradero de cabeza de ningún tipo. La República y sus instituciones estaban defendiéndose de un ataque desproporcionado y sin precedentes. Por eso, me resulta muy difícil juzgar a Companys, y no sólo a él, sino a muchas otras autoridades de la II República que unos años atrás ni hubieran imaginado que iban a acabar teniendo que decidir sobre la vida y la muerte de otras personas. Yo, desde luego, le hubiera dedicado mucho tiempo a darle vueltas antes de firmar una pena de muerte en las circunstanciase en que estaba España el 10 de diciembre de 1936. Y lo más probable es que me hubiera negado a firmarlas, creo, pecando con ello de cierta irresponsabilidad, y convirtiéndome en sospechoso ante los míos.

Lo que me sorprende de todo esta polémica artificial y patética que han montado los nacionalistas catalanes y españoles con el aniversario del fusilamiento de Companys y la coincidencia con la declaración de Artur Mas ante los tribunales -no puedo evitar recordar ante esta coincidencia buscada por todos el 18 Brumario de Luis Napoleon Bonaparte, donde Marx dice aquello de que «la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa”- es el olvido de otra persona magnífica y ejemplar. Me refiero a un auténtico visionario y un verdadero luchador contra el principal problema de la España del sigo XIX, del XX…y del XXI, el oscurantismo: Francesc Ferrer i Guardia, que, además era catalán, aunque a este coinciden en reclamarle y reivindicarle poco ambos nacionalismos: el catalán y el español.

Francesc Ferrer i Guardia fue fusilado el 13 de octubre de 1909 en el Castillo de Montjuic, como Companys, pero claro, murió gritando un “¡Viva a la Escuela Moderna!», cuya creación y obra, y cuyo compromiso con la ilustración y la educación jamás le perdonaron ni la derecha española ni la derecha catalana, y entre ambas, con la ayuda del rey Alfonso XIII y el diario ABC, y la complicidad de los periódicos afines a la Lliga Regionalista, fabricaron unas acusaciones falsas contra él y le responsabilizaron de los sucesos de la semana trágica de Barcelona.

Compayns fue un hombre de su tiempo. Se vio envuelto en unas circunstancias que le costaron la vida, y probablemente él mismo se llevó antes alguna vidas por delante. No me cabe duda de que fue una persona honesta y una víctima del fascismo. Pero Ferrer i Guardia fue una persona ejemplar que sembró una semilla que aún hoy está dando frutos.

Por eso, Companys murió gritando «¡Visca Catalunya!», o sea, ¡Viva nada!, como José Antonio -que murió igual de injustamente que Companys- murió gritando “¡Arriba España!”, o sea, ¡Viva nada!, mientras que Ferrer murió gritando «¡Viva la Escuela Moderna!», o sea: ¡Viva el futuro!