En Twitter, todos somos unas ratas, pero en la calle unos somos moralmente superiores a otros.

Abstención y democracia

30/01/2005

Extrema derecha y extrema izquierda coinciden en muchas cosas. Una de ellas es esa extraña propensión que tienen a contar las abstenciones como apoyos a sus posiciones, a computar como partidarios propios a aquellos que, por unas razones o por otras optan por el socorrido ns/nc o por el voto en blanco, el nulo o simplemente por no comparecer ante las urnas.

Aquí tienen ustedes un ejemplo de esto. El Libelo Digital de don Federico Jiménez Losantos nos sorprende ayer con una curiosa y tramposa interpretación de un estudio del Eurobarómetro publicado estos días, pero realizado en noviembre, dato este último que el periodista liberal, siempre fiel a su integridad profesional, oculta. Al parecer, en noviembre, el 56% de los ciudadanos españoles apoyaban el Tratado que establece una Constitución para Europa, aunque sólo un 36 por ciento tenía decidido ir a votar. Eufórico, Jiménez concluye de estos datos que el referendum va a ser un fracaso para el Gobierno y así lo presenta. Lo que vaya a ocurrir, ya lo veremos, pero no parece que sean muy extrapolables los datos de noviembre, cuando aún está la totalidad de la campaña por desarrollarse. Y si se extrapolan, el resultado es sin duda positivo para los intereses del Gobierno y de España, ya que el tratado será aprobado.

En cualquier caso, sea más grande o más pequeña la abstención que finalmente se produzca, don Federico ya nos adelanta que esa abstención lo que indica es rechazo al Tratado y, por extensión al propio Gobierno de la Nación. Interesante interpretación que me conduce de nuevo a la reflexión con la que empezaba estas líeas: lo que se parecen la extrema derecha y la extrema izquierda en esa tendencia que muestran a contar como apoyos propios las abstenciones. Suelen fracasar en las convocatorias electorales, pero tras un análisis adecuado de los resultados, concluyen que claro, «nos han votado pocos, pero el nivel de abstención indica un rechazo al sistema (la Unión Europea, la propia Constitución española) que nos viene a dar plenamente la razón».

El referendum del 20-F

Es cierto -parece que me salgo del tema, pero no lo hago- que la campaña institucional para el referendum sobre la ratificación del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa está descaradamente orientada hacia el sí, y que tiene muy poco contenido informativo, pero no es menos cierto que todos tenemos a nuestro alcance mil medios para informarnos. No quiero disculpar al Gobierno por una campaña que es evidentemente mala y tendenciosa, pero sí quiero llamar la atención sobre el hecho de que no basta con que desde el gobierno se informe, sino que es preciso también un cierto interés de la ciudadanía por obtener información.

Efectivamente, con los modernos y asombrosos medios de comunicación cualquiera que tenga voluntad para ello puede formarse e informarse. Podemos leer opiniones de todas las tendencias posibles y de algunas imposibles sobre el tratado, podemos leer documentos técnicos y divulgativos que nos permiten hacernos una idea de lo que este tratado significa y de su importancia, así como sobre su carácter jurídico, su posicionamiento dentro del derecho nacional; sobre la institucionalización de los órganos de la Unión, sobre el evidente déficit democrático de un documento cuyo carácter está a mitad de camino entre el de tratado internacional y el de constitución; podemos incluso asistir a debates sobre el proceso de elaboración de una constitución y preguntarnos si es posible un proceso constituyente en el que confluyen varias naciones que ya son democráticas, sobre cómo se forma el poder constituyente en ese caso, sobre la dificultad de hacer coincidir 25 voluntades soberanas en una sola; podemos concluir que quizás el proceso constituyente de una nueva democracia tan compleja como es la europea deba tener características diferentes y más flexibles que los procesos constituyentes que se han desarrollado hasta ahora en las naciones-estado que surgieron en Europa a lo largo del siglo XIX. Lo que no podemos decir honradamente es que no tengamos información. El que vote desinformado vota así porque quiere.

Probablemente, en el caso de que el Gobierno hubiera decidido realizar una campaña imparcial, informativa y divulgativa del contenido y de la importancia reales del tratado, así como de sus pros y de sus contras (que los tiene, y que no es preciso ocultar) habría servido de muy poco, porque lo cierto es que esa cosa que los demagogos de izquierda y de derecha llaman «el pueblo», tiene un interés muy escaso por los asuntos europeos en particular y por la política en general.

Lo dicho hasta ahora no exime al Gobierno de su responsabilidad; ni a los dos grandes partidos, que en lugar de dar al referendum la importancia que tiene lo encaran con
criterios plebiscitarios; ni al tercer partido, que, una vez más, ha decidido su posición sobre el tratado sin debate de ningún tipo y en orden a asuntos de política interna. Pero el fracaso de los políticos tampoco exime de responsabilidad a un «soberano» que está más preocupado por quién va a salir esta semana de Gran Hermano VIP que por conocer en qué consiste el aumento de poder del Parlamento Europeo, si es que se ha producido, o el déficit democrático del tratado, si es que éste existe. Las razones por lo que esto es así son objeto de otro debate.

La democracia no es sólo un sistema político basado en la libertad y la división de poderes. Este sistema, por sí solo, nunca funcionará, por muy bien engrasado que esté. La democracia implica la conciencia de soberanía por parte de la sociedad, la democracia necesita del compromiso de todos y de cada uno de los ciudadanos. Y ahí estamos fallando gravemente, porque la conciencia de soberanía prácticamente no existe, y del compromiso, mejor no hablar.

Extrema derecha y extrema izquierda coinciden, una vez más, en el diagnóstico que hacen de la democracia: no vale, es un sistema insuficiente, le falta esto, le falta lo otro. Debemos preguntarnos en cambio si lo que falta no es tanto este o aquel mecanismo de participación, ésta o aquella regulación, -que, dicho sea de paso, probablemente falten-como la verdadera participación del soberano, que muestra una tendencia preocupante a delegar todo su poder en los denostados políticos.