La clase media no existe. Sólo es un estado de ánimo inducido.

A Sueldo de la Moncloa

07/06/2006

El presidente tiene quien le defienda, y el» bloggero» más despeinado de la blogosfera española asegura que ese abogado misterioso soy yo. Si eso es cierto, espero ansioso que alguien avise a zETAp para que me gire los emolumentos correspondientes, que deben ser pingües, a juzgar por las acusaciones a que cada día está sometido nuestro estoico presidente. Don Rafael Herrera Guillen ha escrito una notita en su curiosa bitácora, «Crisis hoy» , en la que me reconviene por mi ataque de esta mañana a doña Gotzone Mora, y me recuerda, con razón, algo que yo no olvido, a saber: que doña Gotzone es una persona valerosa que ha resistido muchos años la presión y las amenazas de ETA y de su entorno, con gran riesgo para su vida.

No lo puedo negar. Es cierto. Pero eso no le da la razón, ni la convierte en mejor que yo, ni la exime de la crítica política, especialmente cuando doña Gotzone interviene en la escena política. Y lo que hizo el otro día doña Gotzone fue muy criticable, porque muestra que la pátina de demócrata y de superioridad moral con la que han decidido vestirse algunas víctimas –otras no– apenas resiste no ya un suave golpe, sino una leve brisa.

A veces pequeños gestos son tremendamente reveladores. Y lo que hizo ayer doña Gotzone ha revelado que tiene unos principios democráticos muy endebles, que no distingue institución y partido y que tiene un escaso respeto por las instituciones democráticas. No de otra forma se puede explicar que reclame a gritos al presidente del Gobierno que la represente a ella en mayor medida que a otros ciudadanos, por el simple hecho de que es militante socialista. Ni como militante socialista ni como víctima tiene doña Goztone más derechos que el resto de los ciudadanos.

Por otra parte, doña Gotzone, y al margen de su situación de amenazada por ETA, mantiene una actuación política que no puede recibir otro calificativo que despreciable. Si tiene discrepancias con el partido en el que milita puede expresarlas a través de los diferentes métodos que la sociedad democrática pone a su disposición. Si su discrepancia supera los niveles que ella misma se marque y llegan a hacer insoportable su militancia, puede y debe abandonar el partido, como hizo Cristina Alberdi. Pero militar en un partido político y aceptar cargos políticos en el partido de la oposición; militar en un partido y dirigirse a gritos, en sede parlamentaria, al máximo representante de su partido, que es también el presidente del gobierno, exigiéndole una sobrerrepresentación sobre la que tenemos otros ciudadanos; militar en un partido y dejarse jalear y utilizar por el partido contrario es una actitud despreciable, miserable, desleal y antidemocrática. Y ello, insisto, al margen de que sea o no víctima del terrorismo.