¿Por qué ahora los jefes y jefazos tienen cargos en inglés, y los más chulos, incluso en siglas?

El País y yo

02/10/2008

Don Lucien de Peiro me pide en este comentario que dedique una entrada a hablar «alto y claro» sobre lo que pienso de El País. No voy a escribir esa entrada que me demanda, sino esta otra que leen ustedes ahora mismo, y en ella no voy a hablar alto y claro, porque aún no tengo nada claras las ideas sobre nuestro diario global y de calidad. Lo único cierto que puedo decir es que lo tengo bajo sospecha y que creo que estoy en pleno proceso de desintoxicación. Creo que El País está siendo en los últimos meses mucho más descarado de lo que ha sido nunca en la manipulación informativa y en la ocultación de sus intereses en ciertos temas. No me gusta cómo informa en las páginas de internacional, pero en cambio me gustan otras de sus secciones, fundamentalmente la de opinión, que siempre trae tribunas interesantes y que ayudan -y ayudan mucho a veces, tanto cuando coinciden con las opiniones propias como cuando no- a formarse una opinión, frecuentemente contraria a la que sostiene el propio periódico.

La manipulación informativa -cuando no la información basada en datos no ya erróneos, sino intencionadamente falseados- cada día más evidente en las páginas de internacional, me lleva a sospechar que puedan llevar esa misma práctica informativa en el resto de las secciones. De ahí el inicio de ese «proceso de desintoxicación«, de ahí mi enfado, y de ahí una sensación que cada vez me resulta más intensa de sospecha y de que después de leer El País, no me he enterado de nada. Cuando cada mañana o cada tarde termino de leer el periódico, quedo confuso. En algunos temas -especialmente internacional: América Latina, Unión Europea- la sensación que me queda es que no me he enterado de nada, que me la están colando o intentando colar, porque dudo de lo básico, que son los datos proporcionados. Acepto, e incluso agradezco, interpretaciones y opiniones, pero no que me confundan con los datos, que son incontrovertibles. No pueden decirme que una manifestación de indígenas en apoyo del Gobierno boliviano es en realidad en su contra, o que los anti Evo Morales que muestran actitudes violentas contra la población indígena son en realidad partidarios del Gobierno empleando la violencia contra los opositores. Lo han hecho, y si lo han hecho, no hay por qué pensar que no van a seguir haciéndolo en el futuro.

Soy suscriptor de El País y en los próximos 15 días tengo que decidir si renuevo la suscripción o no lo hago. Lo más probable es que continúe. ¿Por qué? Cuando leo ciertas cosas, me dan ganas de repartir mis bonos a los transeúntes de la Puerta del Sol y llamar por teléfono a Atención al Suscriptor para darme de baja entre sonoras protestas que no iban a ser molestia más que para el teleoperador o teleoperadora que me atendiese, que suelen ser bastante amables, por cierto.

Después se me pasa el enfado y me planteo anular la suscripción en papel y quedarme con la de Internet. Pero aunque ustedes me vean así, muy digital, yo soy en realidad de espíritu decimonónico, y chapado a la antigua y necesito un periódico de papel en casa. Es mucho más cómodo para consultar la parrilla de televisión, el horóscopo, el sudoku, el crucigrama y esas secciones en las que no es que sea imposible la manipulación informativa, sino que sencillamente es estéril.

Público no admite suscriptores todavía, y además es un periódico que tiene aún un no sé qué que me parece insuficiente, le falta algo, está sin hacer; es un periódico demasiado ligero, de baja intensidad. Lo compro casi todos los días, pero necesito más. Ese más es El País, por muy enfadado que esté con él. Ya sé que es contradictorio, pero es lo que hay.

Por último, no quisiera dejar de señalar que lo que muchos ven como un problema en El País no lo es para mí. Las críticas que aquí y allá se le lanzan se refieren en muchas ocasiones a la derechización de su línea editorial producida en los últimos años. Para mí eso no es problema o es un problema relativo. El País tiene derecho a moverse por el espectro político todo lo que le parezca. El problema es que oculte los intereses que le mueven a tener una línea editorial concreta en un momento determinado, o sobre un tema determinado, o que intente colarnos su presunto periodismo de calidad, cuando con frecuencia basa su información en datos falsos de manera consciente, entre otras cosas porque es el mismo periódico el que en ocasiones falsea los datos, como ocurrió con las fotos de Bolivia.

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