Estoy en el centro de mi mundo, y soy incapaz de ignorar tal cosa.

Gracias, Fraga

16/01/2012

Es posible que aún vivan algunos de los periodistas extranjeros acreditados en Madrid el 19 de abril de 1963 y que aún recuerden con cierto espanto el dossier plagado de mentiras, de propaganda de guerra, y de calumnias contra Julián Grimau, elaborado por el Ministerio de Información que dirigía Manuel Fraga para justificar el fusilamiento del dirigente comunista que se iba a producir esa misma madrugada.

Hasta el Papa de Roma pidió que no se fusilara a Julián Grimau, pero la petición no fue escuchada por ninguno de los beatos –muchos de ellos opusdeistas- que formaban parte del Gobierno fascista de España en abril de 1963, entre ellos, ese cristiano temeroso de Dios que hoy nos dicen que fue Manuel Fraga, que era ministro de Información y Turismo, y como tal, tuvo un papel importante en la justificación pública que debió hacer de por qué ser miembro de la dirección del Partido Comunista de España era razón suficiente para fusilar a alguien.

Es el episodio más siniestro en la vida de un personaje siniestro como fue Manuel Fraga. Posteriormente, como ministro de la Gobernación de la postdictadura, fue responsable de los asesinatos de Montejurra, asesinatos que fueron precedidos por amenazas claras a los asistentes, es decir, que ahora, la propaganda oficial victoriapreguista podrá tapar, pero lo que no podrán hacer es negar que hubo premeditación y que lo que buscaba el gobierno al que pertenecía Fraga era causar el pánico en la calle, una calle que el ministro de la gobernación consideraba “suya”.

Hace cuatro meses, escribí esto sobre Manuel Fraga (y perdonen la autocita, pero creo que es hoy precisamente, extremadamente actual):
Manuel Fraga perteneció durante toda su vida, hasta que se disolvió en 1976, al Movimiento Nacional, una organización terrorista que tras una campaña de masacres y asesinatos impunes que duró tres años, logró hacerse con el poder en España y lo mantuvo 36 años más. Desde los años 60, Manuel Fraga ocupó altos cargos en aquellos gobiernos terroristas y participó activamente al menos en dos atentados terroristas con resultado de cuatro muertes: Julian Grimau, mandado fusilar por el gobierno al que pertenecía y del que era ministro y portavoz, y los jóvenes carlistas de Montejurra, asesinados por mercenarios italianos, tal y como él mismo avisó días antes, siendo Ministro de Gobernación.

Manuel Fraga nunca se ha arrepentido de dichos crímenes, ni ha sido procesado por ellos, ni ha pasado un minuto en prisión. Tampoco elaboró una sola idea crítica contra el régimen terrorista en el que participó como alto dirigente, ni colaboró cuando su línea más moderada decidió transformarlo en una monarquía constitucional, sino que fundó un partido político, AP, que se dedicó a poner en el camino todas las piedras que encontró. Hoy, se le considera uno de los padres de la patria y ha sido senador hasta esta misma legislatura, en que ha decidido retirarse de la política activa, ahora, que –entre coma y coma- aún tiene tiempo por delante para vivir su vida…
Se considera a Manuel Fraga uno de los padres de la constitución, lo cual, visto lo visto de para lo que ha servido, adónde nos ha llevado y lo que ha dado de sí la Constitución, pues la verdad, no sé si es un halago o un insulto en toda regla. En todo caso, es una mentira más de la propaganda victoriapreguista: Fraga ni pudo, ni probablemente quiso, lograr que todos los diputados de su partido de franquistas ilustrados, aquella primera Alianza Popular de la que es heredera orgullosa el PP actual, votaran a favor de la Constitución.

Ha muerto Manuel Fraga, alguien que hasta ayer mismo trató con desprecio a los cientos de miles de personas asesinadas que aún hoy en día están en las cunetas españolas, donde las dejaron sus compañeros falangistas, o los propios miltares desleales, después de darles “matarile”. Despido hoy, con todo el desprecio que merece, a Manuel Fraga, y espero que si hay realmente un más allá, todas esas personas le estén esperando para darle su merecido.

Descansen, por fin, En Paz, Julián Grimau y el resto.