¡Ya es mañana, ya es mañana!

El nacionalismo (español) formalista de Rosa Díez

30/10/2013

Si viviésemos en un mundo perfecto -y por lo tanto en una España perfecta, y perdonen por dejarme llevar por tan irracional fantasía-, qué duda cabe de que la moción «en relación a la falacia del llamado derecho a decidir» (página 7, abajo) que se debatió ayer en el Congreso de los Diputados a iniciativa de UPyD sobre cómo se puede romper la soberanía española, sería absolutamente oportuna, y no habría otro remedio que votarla favorablemente. Lo que pasa, es que sí viviéramos en un mundo perfecto, esa moción no se habría planteado, porque nadie querría independizarse de España, e, incluso, probablemente, España no existiría (ni Cataluña, no se alteren ustedes).

Y hablando ya en serio: tiene razón UPyD. En estricto sentido democrático, la decisión de romper un cuerpo soberano debe ser tomada por el soberano en su conjunto, y no por parte de él. Sin embargo, eso no quiere decir que todo se deba resolver en una sola pregunta, y además, la misma para todo el mundo. Lo digo, porque yo, como ciudadano español, partidario de un estado común para todos los que vivimos actualmente en el actual territorio que administra el Estado español, partidario de que el estado recupere ciertas competencias de las Comunidades autónomas, convencido de que el estado es el garante de la igualdad de derechos y deberes para todos, independientemente de la nacionalidad que sientan o el territorio en el que vivan, y más bien jacobino, pero también como demócrata que no quiere imponerle nada a nadie -salvo al PP, al que quiero imponer la clandestinidad y el miedo pánico- querría saber, antes de que se me convocara a votar, qué es lo que opinan realmente los catalanes sobre la posible independencia. Porque sí tienen derecho a decidir, naturalmente.

Es decir, que si me veo en la coyuntura de tener que decidir si voto sí o no a una eventual secesión de Cataluña, quiero que antes se celebre en Cataluña otro referéndum en el que los catalanes respondan a una pregunta clara, sin trampa ni cartón: «¿Desea usted vivir en un estado catalán independiente?«, porque, dependiendo de lo que saliera en ese referéndum, yo votaría una cosa u otra.

Además, quisiera que, una vez aclarada la voluntad de la ciudadanía catalana -y en caso de que ésta hubiera respondido que sí, porque en otro caso no tendría sentido seguir el proceso-  la pregunta que se hiciese en el conjunto de España fuese tan clara como la anterior: «¿Desea usted que Cataluña se separe libre y democráticamente de España, de acuerdo con la opinión mayoritaria expresada en referéndum por la ciudadanía catalana, o, por el contrario, es usted partidario de imponer a Cataluña un estado que no desean sus ciudadanos y ciudadanas, haciendo uso para ello de todos los instrumentos previstos en la Constitución, incluida, si fuera necesaria, la intervención militar para garantizar, por la fuerza de las armas, la unidad territorial de España?«. Esa es la pregunta que debemos hacernos en el resto de España.

Y claro, a esa pregunta, respondería que sí. Así que para abreviar, para evitarnos debates que tienden a encenderse demasiado, y para ahorrar gasto público, yo -insisto en lo que decía antes, porque me parece interesante remarcarlo- como ciudadano español, partidario de un estado común para todos los que vivimos actualmente en el actual territorio que administra el Estado español, partidario de que el estado recupere ciertas competencias de las Comunidades autónomas, convencido de que el estado es el garante de la igualdad de derechos y deberes para todos, independientemente de la nacionalidad que sientan o el territorio en el que vivan, y más bien jacobino, pero también, como demócrata que no quiere imponerle nada a nadie, delegaría gustoso mi voto en este proceso, ya que éste estaría condicionado a lo que hubiera salido en el primer referéndum, destinado a conocer la voluntad de la ciudadanía residente en Cataluña.

Lo que hacen Rosa Díez y UPyD con su moción es aplicar, una vez mas, el estricto formalismo que caracteriza a la mal llamada democracia española del 78, y cuyo enunciado viene a ser el siguiente: todo es posible, pero dentro de la Ley y la Constitución, que lo impiden todo, así que nada es posible.

He dicho… ¡Y que viva España, cojones!